Pelayo Monroy siempre tuvo una pasión por los dulces. Creció en Nirivilo, cerca de San Javier en una familia de agricultores. Como el mayor de 12 hermanos, Pelayo fue el primero en aventurarse a Santiago, donde la vida urbana le parecía una locura y las constantes migrañas lo abrumaban.
Un día, mientras buscaba trabajo, vio un aviso que pedía un vendedor de chocolates. Como era amante de los dulces, aceptó la oferta. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que la gente prefería las calugas, más económicas que los chocolates. Fue en ese momento que Pelayo decidió darle un giro a su suerte.
El secreto detrás del éxito del Calugón Pelayo fue la nuez. En los años 80, las calugas pequeñas empezaron a perder popularidad. Entonces, Pelayo tuvo una idea audaz: crear una caluga más grande, con nueces, y subir su precio. Aunque muchos lo criticaron, diciendo que nadie pagaría por una caluga tan cara, el tiempo le dio la razón. El nuevo Calugón no solo se vendió, sino que se convirtió en un éxito rotundo.
Gracias a su innovación, Pelayo no solo logró un buen margen de ganancia, sino que también benefició a los vendedores callejeros. El Calugón Pelayo se convirtió en un dulce codiciado, y todos querían vender sus calugas. Así nació una leyenda en el mundo de los dulces, que hasta hoy sigue endulzando la vida de muchos.